Ave del Real

Memorias Púrpuras

2023





Nota del Autor

El siguiente texto tiene el propósito de funcionar como una recuperación de las memorias y experiencias como fragmentos que se funden. Dando lugar a una especie de protección oscura. Es una adicción que puede ser justificada como el momento en que nos juntábamos para asustarnos. O cuando estábamos escuchando con la luz apagada a un respectivo storyteller  desde una ubicación remota.

Cambiar de residencia me ha hecho comprender que la tradición oral en México ha sido recuperada y compartida de diversas formas. Una de ellas es por medio de cuentos y relatos que parecen provenir de un esquema. Que, dependiendo de los espacios y la tradiciones puede cambiar.  En Escocia hay también cementerios, saqueadores de tumbas, los famosos “spooks” y la gente puede ser supersticiosa. Recuerdo sentarme a cenar con un grupo de escoceses en la noche de Burns y pretendí escepticismo sólo para no conectar de la manera que hago con México. Pretendo traer mis creencias conmigo. Es como si mis supersticiones me protegieran de entender el mundo de la racionalidad y la ilustración. En el sentido que lo racional puede ser más duro que los espantos. La muerte como una amiga es algo de lo que se siente en las entrañas. Tenerle miedo a la muerte, es como tenerle miedo a quien celebra el día de Muertos. 


A pesar de que me encantaría hablar mucho más de la idiosincrasia de las tierras altas o  Highlands - como desee llamarlo debo de decirle que este libro está escrito más bien para invocar miedo, pero con mucho respeto.  


Estas historias son entramados de memorias y sueños, películas de terror, sátira e inocencia que intentan responder a cómo enfrentar la crudeza de desaparecer y ser olvidado y postulan que el escribir  y el miedo al vacío son muy similares. Es entonces cuando pienso en los miedos personales, en las propias vueltas de tuerca que mi vida ha tenido y cómo éstas afectan mi realidad actual.  Como  migrante, como representante de México. Justo llegando aquí, genero una obsesión con el surrealismo, empiezo a leer el tarot e intento ver, escuchar y leer tanto horror como sea posible. En esencia, esta serie de relatos es una forma de exprimir las vivencias de una migrante, una mujer ahora esposa de un poeta, quien ha inspirado mi propuesta desde sus primeros días. 

Este no es un libro de poesía, estimado lector, lectora o lectore. Es un acto que emerge  en un intento casero de  capturar  el susto,  la muerte y lo místico como una tradición espiritual, que me protege y me reinventa en el papel  de exiliada mexicana.






 Eva Paredes











La buscaba. 


Era de esos sueños largos y profundos, más largos que una película. Era también una historia triste donde no podía ver bien quién era él. Estaba a mi lado todo el tiempo. Esto claramente no lo pude pedir. No me gusta atraer imposibles.


- Pido perdón por el horror que le ha causado mi visita - me dijo respetuosamente. 


Intenté ignorarlo y fui a la cocina por un vaso de agua. Pensé que se había quedado sentado en la cama pero cuando cerré la puerta del refrigerador, ya estaba junto a mí. 


Un sudor frío recorrió mi espalda. Esta ánima aparecía y desaparecía. Cuando regresé a la cama, él ya estaba sentado ahí, esperándome. Me senté frente a mi escritorio y encendí la lámpara para comenzar a registrar el escalofriante evento. 


Pretendí no verlo más y terminé de escribir mi relato. Hurgué entre mis bolígrafos y al fin encontré una excusa para regresar a mi cama. Cuando sentí su presencia de nuevo, me abalancé sobre la almohada en donde reposaba y comencé a apuñalarla con la navaja de precisión que uso para cortar esténciles. Livianas plumas flotaban en la habitación  mientras la opresión se disipaba del lugar. No había nada junto a mí.  


He dormido sola desde hace tres años, pero aún así percibo su presencia. Desde que murió no lograba explicarme la vida en soledad. Pero esa noche, mi marido por fin entendió que era hora de partir.


Nada que perder.


El otro día, Francisco trajo su ouija. La verdad no nos emocionaba mucho esa vaina ya que era de ésas que puedes comprar en cualquier juguetería de viejo cerca del centro. Aparentemente el don que se la proporcionó, le dijo que “estaba cargada”. Mis ojos brillaron después de escuchar esto. Adrián, por su parte asintió aborregadamente y nos dirigimos a la cocina donde la mesa/escritorio de Coral - la desaparecida hermana de Adrían - aún reposaba de manera inocente.


Reubicamos las pilas de libros de poesía latinoamericana y nórdica que descansaban absueltos de nuestra futura fechoría.  Cuando terminamos de acondicionar la zona, Francisco colocó la tabla que  viéndola bien, me recordó a una vieja tabla de picar (hasta tenía unas manchitas de moho muy parecidas) Esta memoria era muy vívida porque mi madre miró la tabla con asco cuando se dio cuenta de que la seguíamos usando en casa.


Como la mesa era rectangular, Francisco y Adríán se sentaron juntos y yo me coloqué frente a ellos. A pesar de que la  ouija estaba al revés para mí, acordamos que era una manera “justa” de legalizar sus movimientos.  Después de poner la ouija en la mesa, pusimos nuestras manos sobre el puntero y comenzamos a hacer preguntas. Al principio, no parecía estar sucediendo nada, pero de repente el puntero comenzó a moverse sin que nadie lo tocara. En ese momento, parecía que había un espíritu realmente interesado en hablar con nosotros. Le pregunté  al espíritu su nombre, y la respuesta fue "Soy tu madre, Eva".

Me quedé sin aliento, ya que su madre había fallecido de manera repentina en un atraco cuando iba a recoger un cuantioso depósito del banco. Rápidamente, Francisco le preguntó qué estaba allí, y la respuesta fue "Vine para despedirme".


Como buenos escépticos, decidimos seguir adelante con la sesión de ouija. Buscando confirmar la identidad de la madre de Eva, hicieron una serie de preguntas personales a las cuales el ente falló en contestar de manera correcta.


Ahí fue cuando concluimos que algo no cuadraba en el plano racional y decidimos salir por una caminata nocturna, todo esto, con el fin de deshacernos de la ouija. La ventaja de vivir frente al Harrison Park, era que estábamos cerca del canal. Eran casi las doce, y  el sendero se encontraba desierto, frío por la cercanía con el agua y sólo unas luces hogareñas parpadeaban a la distancia.

  • ¿Les parece bien si la aviento por acá? - 


Nos preguntó Francisco bien casual, como pidiéndonos permiso ya que el objeto permanecería cerca de nuestro perímetro aún.  - sí aviéntala ya de una vez, ¡hace un chingo de frío!- espeté mientras él preparaba un discreto lanzamiento en proyectil, como asegurándose de que no iba a nadar  de regreso.

Gran error. 

Minutos después, la temperatura descendió bruscamente, percibimos que alguien marcaba el paso cerca de nosotros e incluso Adrián me juraba que alguien respiraba muy cerca de su cuello.


Francisco se quedó atrás orinando en un árbol. Me pareció que buscaba confirmar su hombría (y su territorio) después de una noche tan bizarra. Cuando se dio la vuelta, vio una silueta que se acercaba a él.  Encontramos a Francisco inconsciente en el suelo. Llamamos a una ambulancia y los paramédicos descubrieron que tenía graves heridas en el cuello y en el pecho. El reporte del  forense comenta que él intentó escapar, pero la adrenalina y malos hábitos  le ganaron y eso le provocó una muerte súbita.


Después de la muerte de Francisco, nos dimos cuenta que nuestra relación comenzó a pudrirse desde adentro. Yo lo culpaba  por mover los libros de Coral mientras que él me acusaba de darle entrada a Francisco con mis pendejadas sobrenaturales. 


Finalmente, nos separamos.


Ahora con mayor razón me interné en el mundo de lo paranormal y comencé a aprender todo lo que pude sobre la ouija y cómo librarme de  el indeseable ente que nos acechaba. Hasta que descubrí que el único modo de liberarnos era mediante un sacrificio humano.

Adrián por su parte, se sumergió en la religión y comenzó a ir a misa todos los días, realizaba servicios de caridad y ayudaba a sus vecinos y amigos más cercanos desinteresadamente. Comenzó a creer que estos actos de fe y la oración eran la única forma de protegerse.


Un día, Eva se presentó en la casa de Adrián y le explicó su plan para sacrificarse. Adrián rechazó el plan de manera enérgica. 

  • Sólo tengo que encontrar una manera de que no duela tanto - dijo Eva de manera analítica casi insensible a sus palabras.
  • No sabes si funcionará, creo que debes visitar a un psiquiatra. Oigo turbación en tus palabras. - Le contestó Adrián con una mirada compasiva.


Eva guardó silencio por un momento, permitió que la mano parsimoniosa de Adrián la acompañara a la salida. En su regreso a casa meditaba en cómo la reacción de éste simplemente logró consolidar sus intenciones.


Después de varios días, alrededor de las cuatro de la mañana Adrián sufrió un ataque de tos que le impedía respirar. Tratando de recomponerse,bebió un poco de agua y se puso a leer pasajes de la biblia. Le encantaba estudiar a los apóstoles ya que eso le brindaba una inexplicable, pero eficiente paz mental.


 Minutos después recibió una llamada de Eva, quien le dijo que había logrado hacer el sacrificio. 

  • Adrián, ¿eres tú?
  • Sí, Eva soy yo, ¿todo bien? 
  • Todo perfecto por acá. Tengo mucho frío, ¿Puedes creerlo?
  • ¿De qué hablas? ¿Estás en tu casa? Voy para allá.
  • NO. El sacrificio está hecho Adrián. No encontrarás a nadie en mi casa. La respuesta está en la biblia. Que dios te guarde mi amor, hasta siempre. 


Adrián colgó casi en automático sólo para retornar a su lectura; no obstante, el mamotreto  justo se mostraba abierto en el siguiente versículo:


Por tanto, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno.


Mateo 5:29


Como en una visión, Adrián comprendió que Eva se había sacado los ojos. Un ojo para protegerse a ella y otro para protegerlo a él. Comenzó a orar un padre nuestro y puso un vaso de agua en la esquina de su cuarto. En seguida, logró conciliar el sueño. 

  • Mañana será un gran día - se dijo. Mientras cerraba los ojos plácidamente  y  pensaba en el exquisito sacrificio de su antigua amante.


Retoños secos

Una de muchas tardes en las que el sol se escondía y pintaba de un naranja cítrico la venida de la noche, mi tío Álvaro desapareció. La temperatura comenzó a descender y los coches se veían fantasmales cerca de los olmos y sauces que rodeaban el parque comunal.  Con un zumbido eficiente, el alumbrado público comenzó a hacer acto de presencia en la calle. A esa hora lo esperábamos en nuestro departamentito, que como buen espacio familiar estaba lleno de ruido, aromas de comida y tierra se mezclaban en el lugar. Un espacio amplio con cielos altos. Los  cuales aminoran la inevitable sensación de hacinamiento. Mis padres estaban trabajando en una tintorería en Connecticut. Eran indocumentados. Nos enviaban dinero con puntualidad y llamaban una vez a la semana para mantenernos avispados. Mis hermanos, Tomás de 15 y Alejandro de 12, comprendieron que las cosas se iban a poner complicadas. Siempre que podían  ayudaban en la cocina y en la faena  mientras que yo salía a limpiar la casa de la señora Polanco tres veces a la semana. Rosita la bebé de un año de mi, era entonces su tesoro más preciado. Tal vez hasta después de su esposa quién falleció durante el labor de parto. 

 Cuando estaba sobrio, la celebraba con regalos y afectos.  Con nosotros, era un poco más distante, pero solía escalar árboles con mis hermanos y a mí me enseñó carpintería y electricidad. Éramos una familia rota pero decente.

II

Me preparé una taza de té y vigilaba a la beba de cerca, que algo inquieta escrutiñaba con nerviosa atención la calle desde la ventana.  Parecía que estuviera buscando a su padre en una pintura. Al mismo tiempo,  Tomás puso los platos en la mesa y Alejandro empezó a calentar el guisado.

Nos sentamos a cenar en armonioso silencio, incautos y perdidos en nuestros pensamientos. Al finalizar, encendimos la televisión y nos sentamos apiñados frente a ella. 

Son ya las ocho y media y mi tío ni su luz. Salí entonces del edificio y me encaminé a la papelería de la esquina, ahí es donde checan las combis que traen a mi tío del trabajo.  Ahí estaba el Pecos y don Gus, el encargado del checador y su achichincle. Me acerqué a ellos con timidez y les pregunté si no habían visto a mi tío.
  • Buenas don Gus, Pecos ¿Oigan de casualidad no ha visto a mi tío Álvaro por acá? Ya es bastante noche y regularmente llega después de las siete, ya muy tarde. 
  • Ah caray, No pus la verdad no hemos visto al don. ¿No andará de jarra en el arlequín?
  • Eso pensaba yo, pero me acordé que hoy hay ley seca por el toque de queda y la verdad pensé que se regresaría directo ya que ha estado guardando sus pachitas precisamente para hoy, si es bien borracho pero también precavido, el viejo coscolino.
  • Tiene razón Almita, pues usted no se preocupe, seguro aparece pronto. 

La noche fue larga y calurosa, cayó en la casa como una cobija pesada y yo no podía pegar el ojo. 

La siguiente mañana un par de policías llegaron a la casa declarando que vieron a mi tío Álvaro deambulando cerca de las vías del tren.  Se veía desorientado y cuando trataron de ayudarle, desapareció inexplicablemente dejando su mochila atrás. Así fue como los policías confirmaron su identidad y trajeron sus pertenencias a la casa. Me dieron un formulario para declararlo como desaparecido y me dijeron que nos mantendrían al tanto de su caso.


Jamás encontraron su cuerpo.


Nuestra vida no cambió mucho para ser honestos. Asumimos que había muerto.

Al menos los buenos recuerdos quedaron impregnados en nuestra memoria. Hoy día, nos hacemos cargo de Rosita y procuramos mantenernos más unidos que nunca.  De vez en cuando ella sonríe hacia la ventana y parece que viera a su padre atrapado en el paisaje vecinal.  Llegamos a esta conclusión cuando señalaba a la ventana, siempre al atardecer y hacia un punto en particular: El final de la calle. Y al mismo tiempo  balbuceaba  papá, allá.














Rituales para escribir 


Otra vez me rechazaron. Me relleva la chingada. No sé qué más hacer o decir. Ahora resulta que todos quieren ser escritores. No estoy alienada. Tomo mi arma, me sentía preparada para este duelo. Puse la escopeta cerca de mi cachete izquierdo. Disparé. La bala pasó muy cerca de mi cara, pero mi propia cobardía me impidió cometer el acto.


Estoy harta de recibir siempre  las mismas malditas cartas repeliendo mis escritos.  - Otra vez te dieron calabazas, me dijo mi abuelita tiernamente. Lo entiendo, no soy buena escribiendo: lo hago cuando me acuerdo porque siempre que sucede, un pedazo de mi conciencia se pudre en mí, pero queda sellado en el documento. 


Ayer me desperté inquieta, sentía una constante presión en el pecho y algo me decía que mi vida estaba incompleta, que nunca había hecho más que ver por mis ilusos intereses de pseudo escritora bohemia y que tal vez  casarme y formar una familia me ayudarían a consolidar mi existencia. 


Haciendo unos mandados por el vecindario, me topé con un hombre que jamás había visto en el área. Este sujeto, bien trajeado, parecía estar disfrutando el fresco. Parecía impasible ante el sol duro y seco de Juaritos qué le golpeaba la cara y casi le aventaba polvo en los ojos cada que el reseco aire intentaba levantar pedacitos de arena desde el suelo. 


De manera casi inerte, me acerqué a él y le pregunté si estaba perdido. No era común ver personajes de esa apariencia en mi barrio y temí secretamente qué estuviera insolado y no pudiera moverse debido al golpe de calor. 

  • Señor, ¿todo bien? - Le pregunté con un tono amable.
  • Tú, chamaca, tienes bastante potencial, me gusta lo que escribes. - me dijo tan natural, observando con calma insólita la dura luz del sol rebotando en el concreto de la banqueta. 
  • ¿Quién le dijo a usted qué soy escritora? Inquirí sin perder la calma. 
  • Tú tienes la habilidad de ver el mundo a través de tus visiones artísticas, y  sólo tú puedes escribir lo que él veía.  
  • ¿Él?  ¿Quién es él? 
  • Acuérdate de mí cuando te vuelvas famosa. Él te va a ayudar mucho siempre y cuando estés de su lado. 


Al finalizar esta oración, el catrín se levantó de la incandescente banca de metal  y caminó rumbo al parque sin decir más.  Me quedé en silencio y regresé a la casa de mi abuela pensando en rehacer un par de ensayos y cuentos cortos que fueron devueltos por ya tres casas editoras. Al final del día, sentí que los escritos eran de  lo mejor que había hecho en años. 


 Por la noche, tuve sueños magníficos, visiones de un bosque oscuro pero en donde no estaba perdida. Ahí, seguía la luz roja al final de los árboles más espesos y una criatura de rasgos indefinidos, como una sombra más grande que yo y que me abrazaba con fuerza, de una manera sensual y reconfortante. 


Así pasé las noches desde esa vez que vi al catrín. Mi sueño era reparador y una sensación de agradecimiento y seguridad me invadía a pesar de despertar en un sitio tan inhóspito como lo es Juaritos. Cabe mencionar que estas experiencias se convirtieron en una novela que fue publicada al final del verano. 


Durante este tiempo, noté qué había subido unos cinco kilos, nada que se notara mucho y se lo atribuí a estar sentada por diez horas con tal de aliviar mi escozor de escritora. Lo que antes convertía mi espíritu en carroña al ser desechado como letras, ahora se sentía como un vil tumor del que sólo me podía deshacer escribiendo. 


Pasaron los meses y al tercero decidí hacerme una prueba de embarazo. Es verdad que me gusta vivir la vida loca y comúnmente tengo encuentros perecederos con el sexo opuesto. Me mantiene cuerda, olvido socializar si no  lo hago. Coges por convivir - pensé lacónicamente. 


No tengo miedo al embarazo. Vivo con mi abuela en una casa amplia y mis padres han dejado un fideicomiso que paga las cuentas. Ella contribuye con la pensión de mi fallecido abuelo y ex-militar. Su cheque aumenta codiciosamente conforme a la inflación.  El ocio y la vagancia son mis otras dos pasiones, una hermosa tríada que me ha ayudado a vivir con ella en silenciosa armonía. Sé que siempre quiso un nieto, quiere que me case y sea una mujer de bien, a mi parecer eso significa ser madre y dedicar tu vida a ello desinteresadamente, sacrificando tus  deseos y tu cuerpo. Tu idiosincrasia por la de un desconocido dentro de tu carne. 

 Salgo del fraccionamiento de departamentos disparejos, algunos con jardín, otros mejor cuidados que otros. Me dirijo a la salida del lugar y llegó a la farmacia de don Ernesto, el “boticario de la colonia”, como le llama mi abuela. Me detengo en la entrada y decido ir a la Comercial, el supermercado más cercano. Al menos ahí hay más gente y no tengo que ver la sonrisa hipócrita del negociante local.  Compro la prueba y un par de revistas de moda y del corazón. Las ojeo mientras espero mi turno con la cajera. Camino sosegada de regreso a casa, como si ya supiera la respuesta y sólo me daba el lujo de confirmar con la prueba. En el camino, finalmente decido entrar a la boticaria y me compro un agua mineral y un paquete de galletas. Bebo el agua hasta la mitad de la botella y empiezo a masticar la granola de las galletas. Siento como el azúcar estimula mis sentidos y apresuro el paso como si eso fuera  a hacer al tiempo moverse más rápido. No más distracciones, digo para mis adentros. Y llegando a la casa me voy directo al baño y un forzo de manera potente mis entrañas para que un chorro de potente orina empape el palito de plástico y juez de mi sentencia. Dos débiles líneas rosadas pintan mi destino esta noche. 

A la hora de la cena, le cuento a mi abuela la noticia. Y ella me dice con sorna que ya se lo esperaba y que mi cuerpo me delató desde hace un mes más o menos.  


El bebé llegó y era un niño hermoso y sano. 

Tenía ojos almendrados, casi amarillos

Como el Lucero

Por eso lo llamé Luciano.


Nació poco después de que mi abuela celebrara su cumpleaños. Éramos como una pequeña sociedad. Detrás de toda la felicidad y la celebración, yo quería descubrir quién era el padre pero francamente de algunos ni recordaba el nombre. Tuve miedo de que alguien reconociera al  bebé como suyo y me obligara a casarme con él. 

Anoche soñé con él.  Me reveló que la criatura era suya.  Y que yo  tenía que devolverla o pasar   tiempo en el infierno después de la muerte. Al despertar, me sentí acechada por esta revelación, pero al mismo tiempo escéptica. Al fin, eso era sólo un sueño.

Después de reflexionar, decidí que esa criatura y su vida terrenal era más importante para mí que el  destino después de la muerte. Cuando lo volví a ver entre sueños y alucinaciones, acepté irme al infierno  y continué criando a mi pequeño con el apoyo y compañía de mi amada abuela. Quien falleció cuando el niño ya era un joven bien formado. Poco después de ello, me pidió tener su foto en la sala y pretender que su presencia era un sello protector de nuestra casa. 
  • ¿Protector? ¿Cómo? 
  • Hay otras cosas allá mamá. Tú lo sabes bien. 
  • Ella quiere ir a los jardines, nosotros no somos bienvenidos - me dijo con una sonrisa esa sonrisa de sátiro que aligeraba mi existencia cada vez que la veía.

Así pasaron los días y Luciano creció fuerte y poderoso. Nunca manifestó algún interés particular acerca de lo sobrenatural, era más bien un ser independiente y astuto. Poco a poco me di cuenta que él se volvía más independiente hasta que un día me dijo que tenía que partir para explorar el mundo. Me dio un anillo con rubíes y una piedra negra en el centro. Seguí mi vida de pseudo escritora hasta que llegó el momento de partir. Después de dar un último estertor, llegué al infierno y  me percaté  de que como madre de un demonio, era capaz ahora de intervenir en el plano terrenal. 

Esto me permite intervenir en la vida de cualquier otro simple mortal. Cuando llega el otoño y, especialmente, la oscuridad;  fuerzas oscuras somos capaces de  penetrar de nuevo en el mundo de los vivos. En lo personal, me fascina  poseer a mujeres y manifestarme a través de su cuerpo potenciando sus deseos más oscuros. Intervengo con las leyes divinas y llevo su destino hasta las últimas consecuencias. Ese exceso, es la indulgencia que yo amé en vida, puedo ahora recrearla hasta la eternidad. 


Desde la oscuridad.

Lo conocí hace tres meses. Salimos a caminar en el frío invierno escocés buscando potenciales espacios para “rayar”. La primera vez que lo escuché hablar me pareció un arrogante. Había visto sus pinturas en centros culturales y en revistas digitales. Lo escuché y traté de emular su lenguaje corporal. Y yo cuestionaba sus acciones a pesar de que estaban diseñadas con una precisión intensa. Inalcanzable pero un claro intento por estudiar el significado del color. El azul, su azul tan cerca del turquesa, digno y lleno de frescor. Como su existencialismo, su 


Al final, no sabía cuáles eran sus intenciones verdaderas. Las caminatas se volvieron más frecuentes y eran mi principal motivo para salir de casa. Una vez, lo escuché decir “enamorarse de” y perdí el balance. Ése mismo día fuimos a un café y hablamos sobre arte, y muralismo. Me sentía renovada y fascinada al contrastar nuestro trasfondo. Sus aflicciones económicas eran las mismas que las mías. Su cinismo, también. Cada vez que visitábamos un museo y nos topábamos con algún conocido suyo; éste asumía que yo era su pareja. Yo sonreía maliciosamente moviéndome hacía otras salas de exhibición con esa pequeña alegría en el estómago y con una sonrisa secreta en mente. Regresar a casa, vivir la idiosincrática rutina de un extranjero en esta tierra fría, me había alienado. Pensaba que esta conexión sólo la podía hacer en mi país. Donde pintar significa tomar café todo el día y obsesionarse por rellenar un color encima de otro. 

O incluso provocar una conversación entre lo inacabado y lo abstracto. 




No puedo caminar hoy. 


Hoy descubrí que tenía una familia. La  noticia me ha devastado. Al final los hombres son hombres en todos lados. Una beba de 11 meses en casa y su pareja una intelectual que cura sus exhibiciones. Ni siquiera me pasa por la mente contactar a su esposa. 


La garganta se seca, hay un vacío horrible en el fondo de mi estómago. Me duelen las piernas, se sienten frías. Como si hubieran desaparecido. Me apoyo de muletas para moverme. Siento la vergüenza de mi familia y amigos, quienes juzgan mi discapacidad como la somatización del mal de amor. No tengo apetito, siento como si un día de estos fuera a desaparecer completamente. Mi fantasía me consume día y noche. La muerte, la santa muerte está cerca y me rindo ante ella, para que al menos en el sueño eterno, me deje caminar con él otra vez.


El niño del bosque


La señorita Ayala era una famosa repostera en Piedras Encimadas. Un pequeño pueblito al norte de la ciudad de Puebla. Conocido por sus monumentales formaciones rocosas de basalto en formas caprichosas, creadas por la erosión durante millones de años. 

Tita Ayala había estudiado  gastronomía en la ciudad y se había especializado en panadería y  repostería fina. Desafortunadamente su padre falleció al caer de un barranco cercano a los márgenes del pueblo, truncando su sueño de convertirse en Chef profesional y de viajar por el mundo trabajando en hoteles de lujo. 

Al regresar a Piedras Encimadas, su madre y su hermano la recibieron con los  brazos abiertos. Su madre, quien era la tesorera de la primaria local y su hermano, quien tenía un pequeño negocio textil, no lograban solventar los gastos del día a día y pensaron que apoyando a Tita a abrir una pastelería y panadería podrían salir de sus deudas fácilmente.

Después de ayudar a Tita a instalarse en su antigua recámara, su madre le dijo efusivamente:
  • Ay Tita, qué bueno que regresaste, ya verás que la panadería se va a levantar bien rápido. Desde que murió doña Constanza, nadie se ha aventurado a abrir un negocio de éstos. Y eso que pan, todos comen.

Efectivamente, el negoció floreció con rapidez. Y eso no fue por accidente. Tita pasaba  horas, días y semanas elaborando cuidadosamente cada receta. Usó las antiguas recetas de su abuela y pronto se volvió conocida en el pueblo por sus deliciosos panes dulces y pasteles selva negra, que llenaba de redondas lustrosas cerezas en conserva para ornamentar su obra maestra.